Fe

P. G. Mathew | Saturday, April 08, 1995
Copyright © 1995, P. G. Mathew
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Revisión del 14 de junio de 1995

Hoy quiero hablarles acerca de la fe. La Biblia dice, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” Sin fe nadie puede ser salvo.

Primeramente, me referiré a lo que no constituye la fe. Algunas personas piensan que la fe es un asunto subjetivo. Dicen : Básicamente, yo soy una persona que confí­a. Pues bien, ésto no es lo que la Biblia llama fe. Tener fe no significa ser crédulo. ¿Qué es credulidad? Es creer cualquier cosa sin ningún tipo de evidencia, creer cosas que no son razonables. Fí­jense por ejemplo en la proliferación de cultos. O en los gurús. Miles y miles de personas se unen a estos cultos y se relacionan con estos gurús. Déjenme decirles, éstas son personas crédulas, personas que creen en cosas sin ninguna evidencia.

La fe no es una actitud optimista – una actitud mental positiva. Por ejemplo, en el caso de un vendedor exitoso, ¿cuál es una de sus cualidades? Una actitud mental positiva. Pero el optimismo y las actitudes mentales positivas no tienen nada que ver con el objeto de la fe. Esta es una idea al estilo de Norman Vincent Peale, en la cual el objeto de la fe no juega un papel relevante. Tal como si recitara una mantra; uno se levanta por la mañana y repite tres veces “Yo creo, yo creo, yo creo,” como si se tomara uno unas pastillas. No tiene uno que preocuparse acerca de qué es lo que se cree o a quién está uno creyendo, siempre y cuando uno repita “Yo creo, yo creo, yo creo.” Pues bien, ésto no es creer de acuerdo a la Biblia, no es lo que constituye la fe bí­blica.

Fe no significa tener confianza en uno mismo. Existe una canción que dice, “Tengo confianza, confianza en mí­,” pero en realidad, aunque es esta confianza en uno mismo la que destruye la fe bí­blica, es la fe bí­blica la que destruye esta confianza pecaminosa en uno mismo.

La fe bí­blica no es solamente la creencia ortodoxa, o sea, el creer correctamente mentalmente las doctrinas correctas de la Biblia. La Biblia dice que la creencia ortodoxa aislada nos colocarí­a en la misma categorí­a de los demonios. Los demonios son ortodoxos. Los demonios creen en Dios y en doctrinas bí­blicas. Pero ésto no los capacita para ver a Dios o para entrar al reino de Dios

En segundo lugar, déjenme decirles de nuevo que la fe, igual que el arrepentimiento, es un fruto de la regeneración espiritual y no la causa de ésta. Existen muchas personas que piensan que la fe es la causa de la regeneración espiritual; que la fe es algo que uno produce y que Dios, a cambio, le otorga a uno la regeneración. Pero no. Es todo lo contrario. Así­ como el arrepentimiento es un fruto de la regeneración espiritual, la fe es el resultado de esta regeneración. La fe es un don de Dios.

Abramos la epí­stola a los Filipenses, capí­tulo 1, versí­culo 29, donde San Pablo afirma lo siguiente. “Porque a vosotros os es concedido. . .” Fí­jense, entonces, que es algo dado como un don. No es algo que ni ustedes ni yo podemos manufacturar. “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él…” En otras palabras, creer en Jesucristo es un don concedido a ustedes ya mí­, y no algo manufacturado. Fe, en el sentido bí­blico, no es el mismo tipo de fe que se tiene en un buen banco, por ejemplo. Si éste fuera el caso, todo el mundo deberí­a tener fe. Pero la verdad es que no todo el mundo tiene fe. La fe es un don de Dios a la persona, en contexto con el oí­r la prédica del evangelio. La fe es por el oí­r – oí­r el mensaje del evangelio.

Ahora, ¿cuáles son los elementos que constituyen la fe verdadera? El primero es cognición o conocimiento. La fe bí­blica no es un salto en la oscuridad. No es una fe ignorante. San Pedro habla de la fe en su segunda epí­stola, capí­tulo 1, versí­culo 16. Leemos, “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas…” De ésto se tratan los cultos. De ésto es lo que tratan otras religiones. Todas son creadas por el hombre, obras de su imaginación. Pero Pedro dice, “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magní­fica gloria una voz que decí­a: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oí­mos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.” Cuando Lucas escribió tanto su evangelio como el libro de Hechos, hizo referencia a su cuidadosa investigación, y habló de pruebas convincentes que Jesucristo ofreció con respecto a su resurrección. Lucas no habló de mitos.

El Cristianismo es una religión histórica. Está basada en ocurrencias históricas. Tal como dice el Credo Apostólico, Jesucristo “sufrió en tiempos de” – ¿quién? “Poncio Pilato.” Esto no es leyenda ni fábula, o creación de la mente humana, sino que tiene base en la acción divina sobre el tiempo y el espacio. En otras palabras, la fe verdadera está basada en conocimiento – conocimiento del objeto de la fe. Y el objeto de nuestra fe es la persona de Jesucristo y la obra de Jesucristo tal como la expresa la Santa Biblia – en otras palabras, conocimiento concerniente a Jesucristo.

Por consiguiente, si vamos a hablar de la fe cristiana, tenemos que hablar de doctrinas bí­blicas. Tenemos que hablar de la autoridad de la Biblia. Tenemos que hablar de la persona de Jesucristo, de que él es Dios y hombre verdadero. Tenemos que hablar de su nacimiento de una virgen, de la ausencia de pecado en Cristo, de los milagros de Cristo, de que tomó nuestro lugar en la cruz, de su sepultura, de su resurrección, y de su ascensión a los cielos. Tenemos que afirmar que Jesús es Señor soberano – él es Señor de todo. Y tenemos que mencionar su segunda venida. Tenemos que hablar acerca de su juicio. Y aquella persona que niega que Jesucristo es Dios, aunque diga de sí­ mismo que es cristiano, no puede ser cristiano. Esa persona no es cristiana. Es imposible para alguien ser cristiano y negar la divinidad de Jesucristo, o negar cualquiera de las doctrinas fundamentales de la Biblia.

De esta manera, San Pablo afirma en la primera carta a los Corintios, capí­tulo 15, versí­culos 3 al 6, el siguiente punto con respecto al evangelio: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí­: Que Cristo murió por nuestros pecados de acuerdo a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer dí­a, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen.” En otras palabras, al hablar de la fe cristiana, debemos hablar primeramente de notitia – o sea, conocimiento. Este es el primer elemento constitutivo de la verdadera fe cristiana.

Sin embargo, este conocimiento no será suficiente por sí­ mismo, ya que, como dije anteriormente, hasta los demonios creen en las doctrinas bí­blicas ortodoxas. Entonces, este conocimiento, esta cognición, debe pasar hacia y hasta la convicción. Este es el segundo elemento constitutivo de la fe verdadera – assensus. El entendimiento intelectual de Jesucristo debe pasar a ser convicción. Uno tiene que convenir en que Jesucristo salva del pecado y de que él es suficiente para nuestra necesidad [de pagar por nuestros pecados]. Esta verdad es vital para mí­. Jesucristo es la prescripción, el remedio contra mi enfermedad mortal. Pablo dice que el evangelio es el poder de Dios, la prescripción, el remedio de Dios para la salvación de todo aquel quien crea. Jesús llena los requisitos, y es capaz de salvarme a mí­. Esto es convicción.

Pero aún ésto no es fe salvadora. Esta convicción debe, de nuevo, moverse hacia y hasta algo llamado compromiso – fiducia. Esta convicción debe pasar a un compromiso del individuo con Jesucristo. El individuo deberá decir, “Yo soy un pecador; yo abandono toda seguridad en mí­ mismo en cuanto a mi salvación. Yo abandono toda confianza en mis propias obras para salvarme.”

Observemos lo que dice San Pablo al dirigirse a los Filipenses, comenzando con el capí­tulo 3, versí­culo 4: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo dí­a, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamí­n, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí­ ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.”

Tiene que efectuarse un abandono completo de la confianza en uno mismo, y existir una confianza total en la persona de Jesucristo. Yo confí­o únicamente en Jesucristo para la salvación de mis pecados. Jesús es mi Salvador. Jesús es el remedio, y este remedio es para mi propio bien, y en lo que se refiere a compromiso, yo me tomo esta medicina. Me apropio de ella para poder ser sanado y ser salvo por la persona y obra de Jesucristo. La esencia de la fe es el compromiso con Jesucristo, y solo Jesucristo, para poder ser salvos, dice el Profesor John Murray. Esto, y solamente ésto, es fe verdadera. La fe desprovista de este compromiso con Jesucristo solo lo calificarí­a a uno como demonio, ya que inclusive los demonios son ortodoxos y creen las doctrinas correctas.

Algunas personas usan el ejemplo de una silla para ilustrar este concepto. Cognición significa creer que la silla existe, y convicción significa el creer que la silla es lo suficientemente fuerte para sostener mi peso si me siento en ella. Y aun ésto no es fe verdadera. Falta el elemento de compromiso. ¿Y qué implica este compromiso? Que finalmente me siento en la silla y entonces sé que la silla puede sostener mi peso.

Veamos el caso del ladrón crucificado. Abramos el evangelio de Lucas, capí­tulo 23, y comenzando con el versí­culo 39. Ustedes conocen a estos dos criminales. “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros’.” Como ven, él entendí­a el evangelio, y que Jesús era el Cristo, y que Jesús era el Salvador, pero se negaba a creer en el evangelio y en Jesús. “Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ‘Ni aun temes a tu Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo’. Y dijo a Jesús: ‘Acuérdate de mí­ cuando vengas en tu reino’. Entonces Jesús le dijo: ‘De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraí­so’.” Estando clavado en la cruz, este ladrón pasó de cognición a convicción, y de convicción a compromiso, y fue salvo en un instante. Esto es fe verdadera.

Ustedes se preguntarán, ¿y por qué hemos de creer en las Escrituras? ¿Por qué hemos de creer en la Biblia? Hablemos de lo que la Biblia dice con respecto a las escrituras. El capí­tulo 1 de Tito dice, “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna,” y ahora escuchen, “la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos.” En otras palabras, las escrituras son palabra de Dios y Dios no es capaz de mentir. El hombre miente, pero Dios no miente y no es capaz de mentir. Para Dios, es imposible mentir.

No solamente ésto, en la primera carta de Juan, capí­tulo 5, versí­culo 9, se nos dice que aquellos que se niegan a creer en Jesucristo están condenados. Escuchen lo que Juan dice: “Si recibimos el testimonio de los hombres.” En otras palabras, aceptamos el testimonio de hombres que mienten. Si no aceptáramos el testimonio de seres humanos, la vida serí­a imposible. Cada dí­a recibimos el testimonio del hombre – y un dí­a Dios nos juzgará por haber tratado el testimonio de Dios con desprecio. Dice Juan: “Mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su hijo.” En el Monte de la Transfiguración, ¿recuerdan lo que dijo Dios? “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oí­d.” Este es el testimonio del Padre – del Padre, quien es incapaz de mentir. Y nosotros, que aceptamos dí­a tras dí­a el testimonio de humanos, tenemos que creer en el testimonio de Dios quien es incapaz de mentir.

Leamos el versí­culo 10 del capí­tulo 5 de la primera carta de San Juan: “El que cree en el hijo de Dios, tiene el testimonio en sí­ mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creí­do en el testimonio que Dios ha dado acerca de su hijo.” Este es un asunto serio. Para decirlo de otra manera, si nos negamos a creer en el testimonio de Dios con respecto a su Hijo – nosotros quienes creemos en el testimonio del hombre – un dí­a Dios nos va a juzgar por haber tratado el testimonio de Dios con desprecio. Y esta es la razón por la cual yo creo en la verdad concerniente a la persona y obra de Jesucristo. Esta es la razón por la cual yo le confí­o mi vida entera a Jesucristo, para poder ser salvo. Prefiero creer en el testimonio de Dios con respecto a su Hijo y ser salvo, que creer en el testimonio del hombre e ir al infierno para siempre.

¿La fe en Cristo asegura además el presente disfrute de qué? De la vida eterna. Esto no es ninguna fantasí­a. El evangelio de Juan, capí­tulo 5, versí­culo 24, nos dice: “De cierto, de cierto os digo:” dice Jesús, “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.”

Y de nuevo, la fe, al igual que el arrepentimiento, es continua. Continuamente confiamos en Dios, descansamos en Dios, nos abandonamos a Dios y nos confiamos a Dios tanto en la vida presente como en la vida futura. Mi pregunta para ustedes es, ¿Han oí­do hablar de Cristo? ¿Alguna vez han oí­do hablar de Cristo?

Sí­, han oí­do hablar de Cristo. Pero, ¿se han convencido? ¿Le han confiado sus vidas a Cristo para que los salve? Bueno, dirán ustedes, Jesucristo es el remedio. Tal vez digan que Jesucristo es la medicina para su enfermedad mortal. Pero eso no es suficiente. ¿Se han tomado ustedes esta medicina? ¿Han puesto su confianza únicamente en Jesucristo para su salvación? Si no es así­, les urjo que confí­en en Cristo. Crean en el Señor Jesucristo y serán salvos. Amén.