Señor, muéstranos a Jesús
John 12:20-33P. G. Mathew | Sunday, April 02, 2000
Copyright © 2000, P. G. Mathew
Language [English]
“Entre la gente que había subido a adorar en la fiesta había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le pidieron:
―Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe se dirigió a Andrés, y ambos fueron a decírselo a Jesús.
―Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado —les contestó Jesús—. Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Si cae y muere, en cambio, produce mucho fruto. El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo la conserva para la vida eterna. Quien quiera servirme debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará. Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: “Padre, sálvame de esta hora difícil”? ¡Si precisamente para afrontarla he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!» Se oyó entonces, desde el cielo, una voz que decía: «Ya lo he glorificado, y volveré a glorificarlo». La multitud que estaba allí, y que oyó la voz, decía que había sido un trueno; otros decían que un ángel le había hablado. ―Esa voz no vino por mí, sino por ustedes —dijo Jesús—. El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado. Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo.
Con esto daba Jesús a entender de qué manera iba a morir.”
Juan 12:20–33
Recientemente tuve el privilegio de visitar la ciudad de Calcuta, India Oriental, donde fui invitado a predicar en la Capilla Bautista “Circular Road”, iglesia de William Carey. Mientras esperaba el momento de predicar, me tocó sentarme detrás del púlpito en una silla antigua y gastada, de unos doscientos años de edad, que le perteneció al misionero Carey. Desde allí percibí un letrero visible solamente desde ese punto de vista, y en el que se leía: “Señor, muéstranos a Jesús.” Era una exhortación de predicar solamente a Cristo en esa iglesia.
La petición de los griegos
En Juan 12 leemos acerca de unos griegos que estaban en Jerusalén para la fiesta de la Pascua y que acudieron a uno de los discípulos de Jesús, a Felipe, con una petición: “Kurie, thelomen ton Iêsoun idein”, que significa: “Señor, tenemos un gran deseo de ver a Jesús”. Estos griegos se contaban entre los muchos, tanto judíos como gentiles, que de todo el
imperio romano habían venido a Jerusalén durante esta semana de la Pasión para celebrar el festival de la Pascua y adorar en el templo. Sin duda, habían escuchado muchas cosas sobre Jesús, incluyendo la reciente noticia de que Jesús había resucitado de entre los muertos a Lázaro de Betania. Al igual que el eunuco etíope de Hechos 8 y el centurión gentil Cornelio de Cesarea de Hechos 10, estos gentiles eran temerosos de Dios. Disgustados con el politeísmo y la inmoralidad de las religiones paganas, se sentían atraídos por el monoteísmo y la moralidad de Israel.
Estos griegos probablemente asistían a la adoración de la sinagoga en sus ciudades natales y viajaban regularmente a Jerusalén para las festividades. Sin embargo, cuando venían a adorar en el templo, sólo podían subir hasta el patio de los gentiles. No podían pasar de allí, pues había una pared que separaba a los adoradores gentiles del resto del área del templo.
A pesar de esta restricción, estos griegos temerosos de Dios querían ver a Jesús. Se acercaron a Felipe, probablemente porque era de Betsaida, que bordaba sus propias ciudades gentiles, y porque Felipe probablemente era bilingüe y hablaba griego. “Señor”, le dijeron a Felipe, “quisiéramos ver a Jesús” (Juan 12:21). Cuando Felipe oyó la petición de los griegos, se dirigió a otro apóstol, a Andrés, y juntos le llevaron la pregunta de estos gentiles a Jesús.
El apóstol Juan introduce a Felipe como una persona como nosotros, de inteligencia promedio y no muy capaz de resolver problemas. Este Felipe fue quien le dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y eso será suficiente para nosotros”. ¿Y qué le respondió Jesús? Jesús lo reprendió gentilmente, diciendo: “¿No me conoces, Felipe, incluso después de haber estado contigo por tanto tiempo? Cualquiera que me haya visto ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Sin embargo, me alegra que Jesús haya elegido deliberadamente a Felipe porque esto nos da esperanza a ti y a usted. Felipe era ciertamente una persona ordinaria, pero el Señor Jesucristo lo eligió a él, a esa persona ordinaria, como su apóstol. Permítame asegurarle, Dios se complace en hacer grandes cosas con la gente común. Él elige a los don nadie del mundo y los convierte en alguien. Nosotros mismos éramos nadie, pero Dios nos escogió a nosotros, y en Jesucristo somos alguien ahora.
El plan de Dios para salvar a los gentiles
Estos griegos tenían un deseo intenso de ver a Jesús. En Lucas 23:8 leemos acerca de otro hombre, Herodes Antipas, quien también deseaba ver a Jesús, pero los motivos de Herodes eran diferentes de los de los griegos. Herodes quería ver a Jesús realizar algunos milagros para divertirse. En contraste, estos griegos querían encontrarse con Jesús para poder escuchar sus palabras, poner su confianza en él y ser salvos.
Juan 12:19 dice que los fariseos, los líderes judíos, rechazaban a Jesús. Pero en el versículo 20 vemos a estos griegos, representando al mundo no judío, queriendo ver a Jesús. Al dirigirse a Felipe, estaban, en efecto, diciendo: “Señor, entendemos que los judíos están rechazando a Jesús, pero nosotros queremos aceptarlo. Queremos escucharlo, confiar en él, creer en él y ser salvos “.
La salvación de los gentiles era parte del plan de Dios para Jesús. Sabemos que Jesús vino a morir para que las personas puedan ser salvas, pero el plan de Dios no era sólo salvar a los judíos, sino también a los gentiles. Este es un plan añejo, un misterio escondido durante mucho tiempo en el corazón de Dios y ahora revelado con mayor claridad a los santos apóstoles y profetas (Efesios 3: 5-6). Es el plan que Dios tenía cuando le habló a Abrahán, prometiéndole: “En ti”, es decir, en la simiente de Abrahán, Jesucristo, “serán bendecidas todas las familias de la tierra” (Génesis 12: 3).
Isaías 49 menciona el plan de salvación a través de Cristo, no solo para los judíos sino también para los gentiles. En Isaías 49:5 leemos acerca del plan de Dios de enviar a su siervo para regresar a sí mismo a Jacobo, es decir, al pueblo judío. “Y ahora dice el Señor, que desde el seno materno me formó para que fuera yo su siervo, para hacer que Dios se vuelva a él, que Israel se reúna a su alrededor; porque a los ojos del Señor soy digno de honra, y Dios ha sido mi fortaleza…” Pero en el versículo 6 también leemos del plan de Dios para los gentiles: “No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacobo, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.”
El plan de Dios para salvar a los gentiles lo encontramos a través de todo el Nuevo Testamento. El apóstol Juan presenta a Jesucristo como el Salvador tanto de judíos como de gentiles, como leemos en Juan 1:29, “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” En Juan 3:16 leemos: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino tenga vida eterna”, y en Juan 4:42 se nos dice que Jesucristo fue visto por los samaritanos como el Salvador del mundo. En Juan 10:16, Juan cita a Jesús diciendo: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas.”
Jesús mismo entendía que su misión era salvar a personas de todas las naciones del mundo. En Juan 12:32 Él dijo—Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia mí—¡A todos los hombres! Es por eso que estos griegos se dirigieron a Felipe, diciendo: “Señor, ¿puede ayudarnos? Nos gustaría ver a Jesús. ¿Nos llevarías a Él para que podamos conocerlo?
Razones de quere ver a Jesús
¿Qué solicitaban los griegos? “Quisiéramos ver a Jesús”. Noten que no estaban diciendo, “Nos gustaría ver el hermoso templo”, o “Nos gustaría tener una audiencia con el sumo sacerdote, Caifás.” Mi deseo no es que haya venido a la iglesia solo para ver un hermoso edificio, o a escuchar el coro, o a ver vitrales. Existen muchas catedrales hermosas, especialmente en Europa, pero muchas de ellas, aunque hermosas, se encuentran vacías de gente. Espero que hayas venido aquí diciendo como lo hicieron los griegos: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.
¿Por qué debemos querer ver a Jesús? Hay muchas razones, pero enumeraré algunas de ellas a continuación:
- Sólo Jesús puede salvar a su pueblo de sus pecados. La salvación no se encuentra en nadie sino en Jesús, el Hijo eterno de Dios, el Cordero de Dios sin pecado. Es este Jesús, el que preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy?” La respuesta fue una revelación divina: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Es este Jesús acerca de quien el Padre dijo en su bautismo, “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él” (Mateo 3:17). Es este Jesús de quien Dios habló de nuevo en el Monte de la Transfiguración, diciendo: “Este es mi Hijo amado; con él estoy muy contento. ¡Escúchenlo!”. Es por eso que debemos decir con los griegos:” Señor, quisiéramos ver a Jesús”.
- Jesús es el Mesías. En Juan 4, Jesús le hizo esta declaración profunda a la pecadora mujer samaritana: “Yo soy Él”, le dijo, es decir, “Yo soy el Mesías”. No hay otro mesías, ningún otro salvador, ningún otro liberador. Es por eso que debemos decir: “Señor, desearíamos ver a Jesús”.
- Jesús es el pan vivo. En Juan 6:51, Jesús declaró: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo”, que significa: “Yo soy el pan vivo para tu alma, que descendió del cielo”. Unos comieron maná en el desierto y murieron, pero yo he descendido del cielo como el Pan viviente para hacerte vivir. Entonces podemos decir:” Señor, quisiéramos ver a Jesús, porque solo Él es el Pan viviente”.
- Sólo Jesús proviene de arriba. Jesús descendió del cielo, del seno del Padre, para morir en la cruz por nuestros pecados. Es por eso que decimos: “Señor, queremos ver a Jesús”.
- Jesús es el Eterno. En Juan 8:58, Jesús dijo—Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy! Eso quiere decir que Él es el Eterno, significa que Él es Dios mismo.
- Jesús es la luz del mundo. Jesús dice en Juan:12–Yo soy la luz del mundo. El mundo es oscuridad. No solamente está en la oscuridad sino que es oscuridad. Y Jesús dice—Yo soy la luz del mundo.
- Jesús es el Hijo de Dios. Esta referencia la encontramos tanto en los evangelios como a través del Nuevo Testamento.
- Jesús es la resurrección y la vida, el principio y el fin. En Juan 11:25, Jesús le dice a Marta—Yo soy la resurrección y la vida, diciendo así que la vida eterna se encuentra solamente en Él. En Apocalipsis 1, Cristo nos dice—Yo soy el Alfa y la Omega. Soy el Primero y el Ultimo.
- Jesús es el camino, la verdad, y la vida. Él es el único camino al Padre.
Estas son algunas de las razones por las cuales hemos de desear ver a Jesús. Por eso, al comienzo de un sermón, nuestra disposición debe ser siempre—Pastor, no predique acerca de usted mismo. No nos cuente cuentos. No nos hable de salud, o de riqueza, o de fama, o de filosofía, o de política. Señor, ¡queremos ver a Jesús!
¿Y usted? ¿Quiere ver a Jesús? Espero que sí. Y si realmente quiere verlo, le aseguro que su vida cambiará. Usted será transformado de pecador a santo y trasladado de la muerte y la oscuridad a la vida y a la luz. He aquí por qué queremos ver a Jesús.
La súplica de los gentiles
Estos griegos rogaban ver a Jesús. En el idioma griego, el verbo señala que rogaban con continuidad, que no fue una ocurrencia única. Y usted, amigo, ¿ha hecho esto? ¿Ha rogado—Por favor enséñenme a Jesús? Estos griegos clamaban con intensidad similar a la hija de la mujer griega, a la endemoniada quien demandaba ver a Jesús.
¿Ha escuchado usted un clamor así de alguna persona cercana a usted? Hay gente en todas partes queriendo ver a Jesús tal como estos griegos lo demandaban en aquel entonces, gente en esta ciudad y en cada ciudad del mundo. La hay en nuestros vecindarios, en nuestras oficinas, en nuestras escuelas, y en nuestros hogares. ¿Los ha oído rogando, llorando—Queremos ver a Jesús?
¿Por qué quieren ver estas personas a Jesús? Porque saben que sólo Jesús puede ayudarles. El dinero no puede ayudarles. La ropa de diseñadores no puede ayudarles. Las computadoras no puede ayudarles. Los aparatos electrónicos no puede ayudarles. Sólo Jesús puede salvarlos.
Hay griegos en la actualidad que claman—¡Queremos reunirnos con Jesús, el amigo de los pecadores y los publicanos! Ellos nos los están rogando a nosotros. Nosotros somos los Felipe y los Andrés de este mundo—cristianos ordinarios y promedio, discípulos de Cristo, a quienes Dios ha dado una muy importante misión: como luz del mundo, tenemos la obligación de llevar a estos gentiles hasta su Salvador.
Juan no nos dice si Jesús se reunió personalmente o no con estos griegos, o si llegó a dirigirse directamente a ellos. Pero la verdad es que en este pasaje Jesucristo confronta directamente su necesidad.
Ha llegado la hora
¿Cuál era la necesidad de los griegos? Salvación. ¿Cuál era la solución? La muerte expiatoria de Jesús crucificado. En Juan 12:23, Jesús dice—Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Hasta ese entonces Jesús siempre había dicho—Mi hora no ha llegado, pero ahora, por primera vez, exclama—Mi hora ha llegado, queriendo decir la hora de su glorificación, la hora de su muerte, la hora de su entierro, la hora de su resurrección, la hora de su ascensión, y la hora de su sesión. Por fin había llegado el momento de estos grandes eventos redentores que traerían la salvación a estos griegos.
—Mi hora ha llegado, dijo Jesús. La llegada de estos griegos fue vista por Jesús como señal de que había llegado la hora de morir como el Cordero Pascual—no como Cordero Pascual de una familia, de una tribu, o de una nación, sino como el Cordero Pascual que quita el pecado del mundo entero y cuya muerte asegura la salvación, no sólo para los judíos, sino también para estos griegos que tocaban la puerta.
La necesidad de la muerte de Cristo
En el verso 24 Jesús continúa, —Ciertamente les aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero, si muere, produce mucho fruto. Esta solemne y profunda verdad, llamada ley de la tumba, proviene de la agricultura. Un grano de trigo tiene que caer al suelo y ser enterrado, y en efecto, morir, para poder engendrar vida, la cual eventualmente se manifestará en el fruto. Jesús les estaba comunicando a sus discípulos que sin su muerte, sin la muerte del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el Mesías, nadie puede recibir la salvación.
Para Jesús estos griegos representaban los gentiles electos del mundo y de las épocas, a quiénes Él vino a redimir. En efecto, ellos nos representaban a ti y a mí cuando se acercaron y dijeron—Señor, muéstranos a Jesús. Jesús declaraba—estos le pertenecen a mi Padre y mi Padre me los ha entregado a mí para que yo los redima. Esta era la misión de Jesús, así como Él lo expresó en Mateo 20:28–El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Y como lo expresó el apóstol Pablo en 2 Corintios 5:21–Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.
Él corazón de Jesús estaba turbado de pensar que iba a convertirse en ofrenda de pecado, como leemos en el versículo 27. Sin embargo, Él comprendía que el preciso propósito de su encarnación era que muriera por el pecado del mundo. Él sabía que si Él no moría, ningún ser humano podía obtener el perdón de los pecados y el disfrute de la vida eterna con Dios.
A pesar del disturbio de su propio corazón, Jesús sabía que la voluntad de Dios era que Él muriese y le llevase gloria al Padre a través de la redención de los pecados tanto de judíos como de gentiles, a quienes Dios amó desde la eternidad. Él oró por esta situación, diciendo—¡Padre, glorifica tu Nombre! En otras palabras, Jesús oraba lo siguiente—Dios, que se haga tu voluntad.
El significado de la muerte de Cristo
Muy pronto luego de esto, el príncipe de este mundo, el Diablo, juntó todas sus fuerzas y crucificó al Hijo de Dios. Sin embargo, aún cuando el Diablo se regocijaba en su victoria, era vencido, juzgado, y despojado de poder por este quien era crucificado. El hombre moribundo en la cruz dominó al hombre fuerte, al Demonio, y liberó así, de una vez por todas, a los pecadores elegidos de ser esclavos al demonio.
La muerte de Jesucristo fue un juzgado a este mundo y el destronamiento de su gobernante. Cuando Jesús anunció que su hora había llegado, Él sabía que pronto los judíos y gentiles elegidos, incluyendo a los griegos que querían verlo, serían librados de las tinieblas hacia la luz, del poder de Satanás al poder de Dios, y resucitados de la muerte a la vida.
La muerte conduce a la vida
Si usted tiene alguna noción de agricultura, sabrá entonces que la muerte de una semilla produce una cosecha de millones y millones de semillas. De la misma manera, la muerte de Jesucristo garantizó el crecimiento auténtico de la iglesia. Si usted está interesado en evangelizar y en el crecimiento de la iglesia, lo único que necesita preguntarse es—¿Murió Jesucristo? Ya que la muerte de Cristo es de necesidad absoluta para el crecimiento de la iglesia. ¿Murió Jesucristo? Sí. Caifás y compañía, junto con los gentiles, lo crucificaron.
En Juan 8:28 Jesús habló de la necesidad de su crucifixión a aquellos que habrían luego de crucificarlo—Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado. En Juan 3:14-15 también habló Jesús acerca de esto, diciendo—Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. En otras palabras, Jesús estaba diciendo que su muerte en la cruz era necesaria para el crecimiento de la iglesia. Al sufrir y al morir en la cruz, Jesús experimentó completamente la ira de Dios, mientras que sufría al mismo tiempo los dolores de parto que darían a luz a su descendencia.
Esta referencia del Mesías dando a luz una abundancia de semillas a través de su muerte la encontramos también en Isaías 53. En el versículo 10 Isaías dice—Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y, como él ofreció su vida en expiación, verá su descendencia y prolongará sus días, y llevará a cabo la voluntad del Señor. ¿Quiénes son los descendientes del Mesías? Nosotros. Gentiles y judíos quienes, a través de las épocas, hemos confiado en Cristo.
Si usted está interesado en el crecimiento de la iglesia, debe preguntarse primero: ¿Murió Jesucristo en la cruz? La respuesta es sí. Jesucristo murió, fue sepultado, fue resucitado según a las Escrituras, fue visto por muchos, y ascendió a los cielos donde está sentado a la derecha de Dios Padre.
Si sabemos estas cosas, entonces debemos entender también, y creer que habrá crecimiento de la iglesia. Tanto gentiles como judíos serán salvos por medio de la muerte de Cristo en la cruz. Es el plan y la promesa de Cristo.
Atrayendo a los hombres hacia Cristo
En Juan 12:32 Jesús dice—Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Debemos considerar esas palabras cuidadosamente. ¿Fue Jesucristo crucificado? ¿Murió? ¿Lo sepultaron?
¿Fue resucitado de entre los muertos? ¿Ascendió al cielo donde está sentado a la derecha del Padre? ¿Es Señor de todo? Entonces, ¿qué está haciendo Él en el cielo? Está atrayendo a todos hacia sí mismo.
¡Regocíjense, gentiles del mundo! El grano de trigo fue lanzado al suelo, murió, y está produciendo una rica cosecha. La hora le llegó al Hijo del Hombre de ser glorificado, y Cristo fue levantado en una cruz y fue muerto. Más su muerte no fue en vano. A través de su muerte en la cruz, Cristo ha producido y todavía sigue produciendo una rica cosecha de creyentes que son hechos vivos por su gran poder, como dice Efesios 1 y 2. Así entonces, la respuesta tanto para gentiles como para judíos es—Espera un poco más. Después de que haya muerto en la cruz, te atraeré a mí mismo.
¿Cuál es el problema de todo pecador? Que está incapacitado moralmente de alcanzar a Dios. Odia a Dios y está muerto en sus transgresiones y pecados. Esclavizado al pecado, resiste la verdad y las declaraciones de Dios con todo su corazón. Sin embargo, Nuestro Salvador es todopoderoso y ama a todos. Él atrae a los pecadores a sí mismo, habilitándolos para que se acerquen libremente y de buena gana. He allí el gran poder y la gracia irresistible de Dios.
Eso es lo que le sucedió a usted y lo que me sucedió a mí. Atraídos por Cristo, nos acercamos a Él. Saulo de Tarso fue atraído por Cristo y también acudió, diciendo—Señor, ¿qué quieres que haga?
Espero que si usted no ha sido atraído a Cristo, que usted orará a Dios y le pedirá—Dios, atráeme a ti. Llévame cerca de la Cruz de Cristo. Permíteme decirte con todo mi corazón: ¡Señor, enséñame a Jesús!
No solamente es el Hijo quien nos atrae, sino que el Padre nos atrae también. Nuestra salvación fue idea del Padre, como leemos en Juan 6:44—Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y, en efecto, no es solamente el Padre quien nos atrae sino que el Espíritu Santo nos atrae también. ¡Qué maravilloso es que el Dios trino esté atrayendo pecadores para que sean salvos!
¿Y qué hace usted cuando Dios lo atrae? Usted se acerca—de buena gana, contento, diciendo—todo a ti ofrezco, mi bendecido Salvador, y todo rindo.
Reconciliando a judíos y a gentiles con Dios y a unos con otros
Jesús dijo—Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres, tanto judíos como gentiles, hacia mí. Esa frase, “hacia mí” es muy importante. Significa que todos los que van a Cristo, tanto judíos como gentiles, son sus posesiones. Son su herencia, su porción, su tesoro, su rebaño, su cuerpo, su prometida, sus joyas brillantes, como leemos en muchos sitios en las Escrituras. Jesucristo pagó el valioso precio de su propia sangre, nos redimió para sí mismo, y ahora le pertenecemos. ¡Qué honor, qué dignidad, qué gloria para la iglesia!
Griegos, entonces ya no han de temer más. El muro de partición y hostilidad entre judíos y griegos, y griegos y Dios, ha sido derrumbado y aplanado por la muerte de Jesús su Salvador. Sí, ustedes estaban separados de Cristo, excluídos de la ciudadanía de Israel, extranjeros en cuanto a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús les ha traído cerca a través de la sangre de Cristo. Les ha traído tan cerca, que más cerca no pueden estar. Ustedes están sentados con Cristo, y no sólo eso, ustedes están en Cristo. Y no solamente eso, ustedes están en Dios mismo. ¡Qué comunión! ¡Qué cercanía! ¡Qué intimidad! ¡Qué compañerismo! ¡Qué amor!
¿Qué les pasó a estos griegos? Fueron hechos herederos junto con Israel, miembros juntos de un sólo cuerpo, recibidores juntos de la promesa de Cristo Jesús, conciudadanos del pueblo de Dios, y miembros del hogar de Dios. En otras palabras, cuando confiamos en Cristo, Dios nos pone al mismo nivel que los judíos. No hay diferencia ni distinción. Todos somos uno—el nuevo Israel, hijos de Abrahán. A través de la muerte expiatoria de Cristo la cortina que separaba judíos y gentiles se rasgó de arriba abajo, y la entrada al Padre se abrió ampliamente para todos. Jesucristo es la puerta a través de la cual los gentiles pueden acceder con confianza al trono de gracia en Cristo.
En Efesios 2:18 leemos lo que hizo Dios por esos griegos—Pues por medio de él (de Jesucristo, quien murió) tenemos (tanto judíos como gentiles) acceso al Padre por un mismo Espíritu. En Efesios 3:12 leemos—En él (o sea, en Jesucristo), mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios. ¡Cristo abrió la puerta tanto a los gentiles como a los judíos! Es por esto que queremos decir—¡Señor, muéstranos a Jesús! Nadie más ha hecho esto.
Debemos morir
Pero existe otra respuesta dada en este pasaje. Para ayudar a que las personas vengan a Cristo no solamente debe Cristo, Mesías y Mediador, morir como nuestro representante frente a Dios, sino que nosotros mismos debemos morir. En Juan 12:25–26 leemos—El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo la conserva para la vida eterna. Quien quiera servirme debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará.
Debemos morir. ¿Qué significa esto? Quiere decir que debemos morir a nosotros mismos y a este mundo, y dedicarnos por completo a hacer la voluntad de Dios en lugar de la nuestra y nuestros deseos. Debemos orar la misma oración que oró Jesucristo—Glorifica tu nombre en mí y a través de mí.
La Biblia nos dice que no acumulemos tesoros en este mundo, porque las modas de este mundo son pasajeras. Este no es el nuevo cielo ni la nueva tierra, sino que en realidad van a ser destruidos como lo fueron Sodoma y Gomorra. Pero antes de que este mundo sea destruido, ciertas personas han de ser rescatadas, y es por eso que nosotros debemos morir a nosotros mismos y al mundo, y concentrarnos en hacer la voluntad de Dios. Debemos negarnos a nosotros mismos, tomar a diario nuestra cruz y seguir a Cristo.
Morir significa servir solamente a Cristo, vivir por y para el Evangelio. Morir significa practicar la vida del evangelio y proclamar el evangelio de la Cruz, que es una tontería para los griegos y una piedra de tropiezo para los judíos, pero para los creyentes es el poder de Dios para la salvación.
Vea usted, Jesucristo ha hecho la obra de expiación por el pecado y ha abierto el camino de entrada al cielo, pero somos nosotros quienes hemos de proclamar este evangelio a través de nuestras vidas y de nuestras palabras para que otros vengan a Jesucristo. Tenemos que declarar que Jesús es el Dios eterno quien se convirtió en hombre sin pecado para morir en la cruz en nuestro lugar. Tenemos que describir cómo la justicia y la misericordia se besaron en la cruz, y que cada persona que crea y confíe en Jesucristo será salva.
¡Hemos de morir para con nosotros mismos y proclamar el evangelio! El apóstol Pablo dijo—no me avergüenzo del evangelio—queriendo decir que estaba muy orgulloso de él—pues es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles. En 1 Corintios 2:1-2 Pablo dice—Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de Él crucificado.
¿Está usted fascinado con el evangelio? Si es así, entonces usted lo vivirá y lo proclamará. No amará usted a este mundo pasajero sino que, en lugar de eso, morirá usted a sí mismo y vivirá para Dios.
En Gálatas 3:1, Pablo escribe—¡Gálatas torpes! ¿Quién los ha hechizado a ustedes, ante quienes Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente?—Debemos vivir y proclamar este evangelio, que Jesucristo murió en la cruz por los pecadores. Proclamarlo a Él como al que fue resucitado de entre los muertos, que es Señor, Salvador, y Juez de todos. Debemos hablar de las riquezas inescrutables de Cristo. Debemos proclamar las buenas nuevas cuando los griegos clamen—¿qué hacemos para ser salvos?—y decirles—crean en el Señor Jesucristo y serán salvos—. Debemos proclamar el evangelio del poder del Espíritu Santo, sabiendo que el Padre está atrayendo, que el Hijo está atrayendo, que el Espíritu Santo está atrayendo gente, para que se arrepientan y crean en el Señor Jesucristo. Esta es la manera como la gente verá a Jesús y se salvará.
El centurión romano Cornelio fue atraído por el evangelio proclamado por Pedro. Cornelio creyó y fue salvo junto con los miembros de su hogar. Lidia fue atraída por Cristo a través de la predicación de Pablo. Su corazón fue abierto, ella creyó y comenzó una iglesia en su casa. El endurecido carcelero de Filipos se sintió atraído hacia Cristo por el testimonio de Pablo y Bernabé y le preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Cuando Pablo le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo”, creyó y fue bautizado.
¡Dirijamos a otros a Cristo!
¿Oyen ustedes a la gente a sus alrededores que clama—Queremos ver a Jesús? Les aseguro, Dios atraerá a Sí mismo aún a sus hijos si ustedes escuchan sus clamores y los dirigen al Señor. Pero si ustedes son amantes de este mundo, ellos no verán a Cristo. Ellos amarán lo que ustedes amen. Pero si ustedes mueren para con ustedes mismos y para con el mundo, Él atraerá hacia Cristo no solo a sus hijos, sino a sus esposos, a sus padres, a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo y de estudio. Como lo he dicho antes, es algo dado, porque Cristo murió, y Dios ha prometido una rica cosecha.
Nadie verá a Cristo a través de nosotros hasta que muramos. Entonces, que Dios nos asista a morir a nuestras propias ambiciones para que vivamos sólo para Dios y que a través de nosotros se vea la sabiduría de Dios en la salvación de pecadores, y lleguen a conocer a Cristo y ser salvos.
Al presentarle el evangelio a las personas que nos rodean, no le temamos al gobernante de este mundo. El ha sido derrotado y destronado. Ha sido derrocado por Cristo y el poder que tenía sobre sus rehenes ya no existe. Jesucristo ha desarmado a los poderes y autoridades y ha hecho de ellos un espectáculo público, “triunfando sobre ellos” por medio de la Cruz, como leemos en Colosenses 2:15. Cristo se encuentra ahora sentado “muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo, sino también en el venidero” (Efesios 1:21).
¿Cree usted esto? Entonces no le debe temer al Demonio. Cristo lo derrotó una vez por todas, y es por eso que la Biblia nos dice que resistamos al Diablo y que él huirá de nosotros. Adicionalmente, Dios nos ha proporcionado una armadura para que podamos mantenernos firmes en su nombre. Póngase la armadura completa de Dios: el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, calzado para los pies, el escudo de la fe, el casco de la salvación, y la espada del Espíritu. Ore en el Espíritu, resista al Demonio, y muéstrele Jesucristo a los griegos que toquen a la puerta.
“Señor, queremos ver a Jesús,” era el clamor de los griegos. Si este es también su clamor, yo oro para que usted le pida al Dios Trino que le atraiga hacia Sí mismo, que se arrepienta de sus pecados, y que confíe en Él, quien murió para que usted viva. Sólo Jesús le salve de sus pecados.
Que Dios nos ayude a apreciar el Evangelio, a vivir el Evangelio, a proclamar el Evangelio, ¡y a mostrarle a Cristo al mundo a través de nosotros!
Amén.
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